Director: José Antonio Nieves Conde. Con Arturo Fernández, José Bódalo, Soledad Miranda, Lola Gaos, Ingrid Pitt. España, 1966
Fue don José Antonio Nieves Conde uno de aquellos jóvenes formados a la sombra del Régimen (de Franco, por supuesto) que sin plantearse romper con la dictadura, se creyó el cuento de la revolución social que Falange tenía que traer y que en el mejor de los casos quedó en eternamente pendiente. Lo que no impidió que Nieves realizara uno de los más estimables filmes denuncia de la posguerra que todos ustedes debieran conocer al dedillo: Surcos, facturada en el año 1951, el mismo en que dirigiese la peli de propaganda católica Balarrasa. Ya lo ven: una de cal y otra de arena.
Semejante trayectoria, como pueden imaginar, le valió un montón de odios y manías de uno y otro lado. Con todo, nadie se atrevió a decir que don José Antonio no supiese usar una cámara. Narrar en imágenes es arte que nunca se le escapó, ahí están para demostrarlo títulos como el trhiller Los peces rojos (1955), amargas comedias neorrealistas como El inquilino (1957) o gloriosos encuentros de grandes actores -Pepe Isbert y Tony Leblanc- en la piadosa, valga la redundancia, Don Lucio y el Hermano Pío (1960). O este atípico filme de miedo que traemos hoy, El sonido de la muerte, dirigido en 1965, antes de que el fantaterror español de sostenes, colmillos y aullidos inundase nuestros cines de reestreno.
Dice mucho de nuestro triste desinterés por el pasado el que no pueda verse este Sonido de la muerte más que en copia editada en Norteamérica; y eso que el reparto es de lo más castizo: Arturo Fernández como galán, Lola Gaos haciendo un ama de llaves llamada Calíope, José Bódalo, como siempre a caballo entre lo racial y lo animal, Soledad Miranda, la musa de Jesús Franco, paseando su adorable palmito por el parco escenario donde discurre la acción. No me negarán que solo por ver a semejante elenco combatiendo a un dinosaurio antediluviano la película ya valga la pena...
Y es que el filme es una monster movie, nada menos, con el típico esquema de un grupo de personas atrapadas en una casa que asedia un bicho con muy malas pulgas: de Alien a Musarañas asesinas el planteamiento se ha repetido cien veces. Estamos en Grecia, junto a un variopinto conjunto que mientras busca un tesoro en una cueva, despierta a la incierta criatura surgida de un huevo fosilizado que ha de despacharlos uno por uno. No por sabido deja el mecanismo de funcionar: hábilmente se nos hurta el aburrimiento, lo que tiene más mérito de lo que parece.
Porque el ser atávico en cuestión es invisible, con lo que el peso de la acción recae en las relaciones establecidas entre los personajes, enturbiadas como siempre por la codicia y el sexo. Invisiblidad la del monstruo que evita el ridículo de un maquillaje fuera del alcance de un paupérrimo presupuesto que es a la vez su mayor virtud y su peor defecto. Virtud, porque le obliga a sacar el máximo partido a sus escasos elementos: la cueva del tesoro, la casucha donde el grupo se reúne, los miserables trucajes, consiguiendo que el espectador aguante hasta el final, lo que no es poco.
Defecto, porque la cosa resulta de una austeridad espartana, parquedad que acaba por contagiarse a una dirección funcional sin alharaca alguna. Y también porque, qué quieren, uno ama lo grotesco, la estética desvergonzada de las barracas del terror de las ferias, y añora pues contemplar a ese monstruo de goma que -no sin motivo- se nos tiene oculto todo el metraje de esta rara avis del cine español...
Y es que el filme es una monster movie, nada menos, con el típico esquema de un grupo de personas atrapadas en una casa que asedia un bicho con muy malas pulgas: de Alien a Musarañas asesinas el planteamiento se ha repetido cien veces. Estamos en Grecia, junto a un variopinto conjunto que mientras busca un tesoro en una cueva, despierta a la incierta criatura surgida de un huevo fosilizado que ha de despacharlos uno por uno. No por sabido deja el mecanismo de funcionar: hábilmente se nos hurta el aburrimiento, lo que tiene más mérito de lo que parece.
Porque el ser atávico en cuestión es invisible, con lo que el peso de la acción recae en las relaciones establecidas entre los personajes, enturbiadas como siempre por la codicia y el sexo. Invisiblidad la del monstruo que evita el ridículo de un maquillaje fuera del alcance de un paupérrimo presupuesto que es a la vez su mayor virtud y su peor defecto. Virtud, porque le obliga a sacar el máximo partido a sus escasos elementos: la cueva del tesoro, la casucha donde el grupo se reúne, los miserables trucajes, consiguiendo que el espectador aguante hasta el final, lo que no es poco.
Defecto, porque la cosa resulta de una austeridad espartana, parquedad que acaba por contagiarse a una dirección funcional sin alharaca alguna. Y también porque, qué quieren, uno ama lo grotesco, la estética desvergonzada de las barracas del terror de las ferias, y añora pues contemplar a ese monstruo de goma que -no sin motivo- se nos tiene oculto todo el metraje de esta rara avis del cine español...
16 comentarios:
excelente
Pues a mí "Balarrasa" me gusta. ¡¡Ojo!! que voy a contar el final. Si alguien va a verla, que no siga leyendo si quiere sorprenderse.
Fernando Fernán Gómez, que era malo, al final se vuelve bueno; se redime y muere como misionero de esquimales... nada menos que en los hielos del Polo(no me acuerdo si el Norte o el Sur).
Gracias por reivindicar a Nieves Conde, Abuelito.
Confieso, cual en clerical caseta, que a mí también me encanta Balarrasa, don Alfonso...Es más, tanto como el cine de monstruos me gusta el de curas, especialmente el nacional católico... ¡Un ateote como yo! ¡Qué vergüenza! Vicio secreto que algún día he de revelar al mundo en forma de crónica y reseña, vertiente inusual del cine fantástico si bien se mira, qué quieren... ¡Me pierden las sotanas en blanco y negro!
Pues sí, es este proto-fantaterror deudor si no de la fantasía de Tourneur de las economías del señor Lewton. Y, de paso, con más de un punto en contacto con El enigma de otro mundo.
Según el propio Nieves Conde, la película se produjo con capital estadounidense para desbloquear el dinero retenido durante el rodaje en España de La batalla de las Árdenas.
Uno la vio allá por la fecha de su estreno y reconoce que pasó un miedo que no ha vuelto a pasar. Y no precisamente por el monstruo, sino por Antonio Casas, José Bódalo, Lola Gaos... rostros que infunden terror en el más osado.
Muchas gracias por airearla, su nieto, Sr. F.
No se extrañen de su devoción (nunca mejor dicho) por el cine clerical, señor Montaño y Abuelo: un descreido de las patrias como yo le tiene mucho cariño a Los últimos de Filipinas...
Poco pudo pellizcar del presupuesto de "La batalla de las Ardenas" el señor Nieves Conde, imagino, señor Feliu: las migajas tal vez, y aún así, qué bien se las apaña... y le confirmo que el reparto sigue dando tanto miedo como entonces: ahora hasta al campechano Arturo Fernández se le adivina un no sé qué de amenaza encubierta...
Hombre, señor Rancio, es que las patrióticas de ese jaez filipino me gustan tanto como las religiosas... ¿ No son acaso lo mismo?
No voy a caer en la trampa de la redención, pero sólo por "Surcos" Nieves Conde se ganó la jubilación y el descanso.
Ver a Arturo Fernández, el galán de los galanes, haciendo este papel y deleitarse con la presencia de Soledad Miranda ya merece mirar la película y abrir una botella de Mirinda. Pero si en una película sale Lola Gaos al cine se va de rodillas.
Perdóneme usted la vehemencia, pero hay mitos y mitos; Olimpos y Olimpos.
¡Ah, doña Lola Gaos, la ronquera más célebre del cine español, rebelde sin pausa, eterna nadadora a contracorriente, improbable estrella, rostro carismático que parecía resumir entre sus surcos a media España...!
Sí, Abuelo, ambas constituyen lo único que puedo asimilar del nacional-catolicismo.
Sin exageración, "Los peces rojos" me parece una obra maestra absoluta.
Demasiado para mí en una sola entrada.
Creo haber visto Balarrasa de pequeño,así como muchas de "Clerigos" y de "patriotas" y también debo reconocer (¡Ay!) que me gustaban pero en fin voy a intentar ver todas ellas,Balarrasa,Surcos y El sonido de la muerte.
Muchas gracias por todo abuelito.
Si ha de quedarse con alguna, Angeluco, no se pierda "Surcos" que es sin duda la mejor de las tres en todos los conceptos... creo que le gustará.
Lo malo de la copia en DVD americano de esta película es que es, directamente, infame. Como un ripeo sacado de una cinta VHS (o Beta) que alguien recuperó de un local condenado por incendio en 1984 y que, curiosamente, era un videoclub (como es lógico, la cinta recuperada está medio chamuscada, hecha una birria).
Una cosa inmunda.
Los de Alpha Video (que son los responsables de semejante burrada) siempre hacen lo mismo. Editan pelis que resultan tremendamente sugestivas pero en unas condiciones deplorables.
Hablando de otras cosas... Oiga, Sr Feliú, ¿Es Vd el que creo que es?
Antes de que me pregunte a su vez quién soy yo, le respondo que, en realidad, estoy de incógnito; en misión secreta. Y que tengo grado de suboficial en la Scottish Royal Constabulary de las Highlands.
¡Cuanta razón tiene, señor Ente, al hablar así de Alpha Video! Se lo asegura un adicto a sus cochambrosos productos, pues bien lo dice usted: imposibles, en muchos casos, de ver de otro modo... Así que seguiremos frecuentándolos y amargándonos más tarde, mientras nadie ponga remedio.
Hola, soy Joaquim Zueras. Esta película -El sonido de la muerte- fue distribuida en Madrid por Agrupación Viñals y en Barcelona por Exclusibas José Balart (se estrenó en el Capitol). Estas distribuidoras desaparecieron y con ellas unas reliquias adorablemente cutres. Distribuían todas las películas de terror del cine mexicano, como La casa embrujada, El barón del terror, Las luchadoras contra la momia, etc. Volviendo a El sonido de la muerte, usted puede localizar el cartel en español en Google imágenes. Saludos y felicidades por su blog.
Publicar un comentario