GORILAS ESPAÑOLES
¡¡¡Ya estoy aquí, tras días de desvelos cibernéticos que han dado como resultado la mudanza que aquí ven!!! Ya dirán ustedes si gustan del resultado; ojos ancianos como los míos no pueden acoger sino con placer el poder disponer de imágenes de mayor tamaño... Los suyos, si hoy son jóvenes y deploran el cambio, mañana lo agradecerán!
Nada mejor para reposar tras semejante esfuerzo que organizar una reunión inaugural en el Desván congregando a unos cuantos entre los cientos de los Gorilas Españoles de Tebeo, invitados algo revoltosos que no por ello dejan de ser al alma de cualquier fiesta.
Dice el Primer Axioma de la Cultura Popular Simiesca que un gorila en portada vende siempre, y es que nos gustan más que a un tonto un caramelo. Claro que hay diversos grados: el nivel más elemental es el del Gorila Aullador, que se limita a aparecer dando voces intentando aterrorizar a la concurrencia, como hacen el kinkongesco ejemplar de El Puma, del gran Boixcar, o estos dos simpáticos oriundos de África.
Un paso más adelante da el Gorila Coscorrón, zascandil y mamporrero, siempre en busca de bronca por más que invariablemente salga de ella escaldado: buena muestra la tienen en los pudibundos antropoides del Aguilucho de Manuel Gago, amantes de la ropa interior, o en el colosal sopapo que se lleva el ayudante de Ayax el Griego, inmortalizado por el gran José Luis Macías, ambos de principio de los sesenta.
Ascendiendo hasta el penúltimo nivel se encuentra el Gorila Lascivo, a quien sus instintos desatados llevan a tomar a cuanta mujer blanca se ponga a su alcance para llevársela a su guarida según quedó mandado por Nuestro Padre San King Kong. Y hasta a nombrarla Soberana de la simiesca grey, que ya saben que la especie se inclina por él Matriarcado Monárquico.
Rey de todos los simios es el Gorila Sabio, preferido de todos los públicos por comportarse como un humano pero en muy bruto. Digan si no son insuperables el cuadrúmano con gorra que retaratara José Ortiz en Juan Bravo, o el bizarro partido de fútbol entre alevines, misioneros y gorilas que San Manuel Gago arbitrase en 1965 desde las páginas del bizarro Mi tío y yo. Un espectáculo por el que cualquier persona de buen gusto pagaría a gusto sin tanto remilgo como parece que dan los taurinos...