Bien lo sabían los Padres del Folletín: conocedores del público al que se dirigían desde un principio frecuentan sus páginas ambientes y pasiones proletarias, siempre con aromas reivindicativos trufados por ciertos efluvios de melodrama burgués. Así desde sus inicios hasta el momento en que partido en dos como las amebas, muta en dos criaturas diferentes: el relato lacrimógeno y la novela revolucionaria.
Lo predominante hasta entonces son novelas por entregas como estas, modélicos culebrones que no dejan de denunciar la explotación del hombre por el hombre, como siempre ha sido y me temo será. Gocen con esta galería social que aquí les traigo, repleta de desventuras, obreras heridas, obreros llorando, obreros bebiendo, obreros en lucha.
Estampas de actualidad facturadas hace casi un siglo por artistas casi siempre anónimos, congelados sus colores y sus dramas baratos en imágenes llenas de atávico poder.
Don Luis de Val fue especialista en fabricar estas historias sentimentales, plagadas de encuentros milagrosos, parentescos desvelados, injusticias sociales, muchachas desventuradas, huerfanitos callejeros y señoritos libidinosos: Los angeles del hogar, ¡Sola en el mundo!, Los huérfanos, Virgen y madre, El hijo de la obrera, ¡Sin padres!, La hija de la nieve, Morir para amar... títulos ante los que hay que contener el lagrimón y no poco la ironía.
Esta de Las aves de rapiña no le pertenece. Hija de otra era, es más chusca y se muerde menos la lengua, proporcionando sin disimulo la carnaza que el lector demanda: asesinatos, violaciones, ricos canallas y pobres no tan resignados como antaño. Y jovencitas acosadas, que sexo y violencia fueron siempre de la mano a la hora de vender...