2008-01-23

SEÑORES DEL LILIPUT RANCIO

Los enanos del cine viejo
No tenían nombre, que hace poco nadie sabía cómo se llamaban. Ni alma siquiera hasta entrado el siglo XVI, cuando la Iglesia Católica se la concedió en señera encíclica. No figuran en los repartos, ni alcanzan fama, ni premios, ni memoria. Por no tener, no tienen ni estatura. Bueno, la tienen, pero más bien menguada.

Destinados desde siempre al espectáculo los enanos son, junto a los gorilas, las únicas criaturas del mundo real que han alcanzado el estatus de icono del fantástico. Más allá de su talento, que algunos mostraron a raudales, frecuentaron cine a toneladas, de la gran producción al serial y a toda la gama de la B a la Z. Enanos de celuloide hay muchos, pero no se trata ahora de hacer un censo. Hoy les toca conocer a cuatro de entre ellos, los más ilustres, gente que supo hacer virtud de su propia naturaleza. Seres bizarros por excelencia, dedicados desde el advenimiento del cine a imponer su presencia, siempre acogida con regocijo.

GREETINGS FROM TINY TOWN

Tiempos pasados, señoritos, menos timoratos que estos, en los que a nadie avergonzaba contemplar trapecistas, cantantes o músicos acondroplásicos. Desde Europa emigró un montón de ellos hacia la tierra prometida, una Norteamérica en la que reyes del espectáculo como Barnum & Bailey o los Ringling Bros. ofrecían trabajo seguro para quien cultivase sus habilidades en alguno de los shows más grandes que la vida que bajo el mando de tales magnates recorrían el país de este a oeste.
Los seres pequeños impusieron durante décadas un star system paralelo cuya popularidad hoy no puede ni concebirse. Tomaron nombres rimbombantes y vidas inventadas, como el General Pulgarcito, descubierto por Barnum en 1842, que aparecía en escena ataviado de escocés, Hércules o Napoleón, cuya existencia entera se transformó en espectáculo y a cuyo entierro asistieron nada menos que diez mil personas; Waino y Plutanor, los Salvajes de Borneo, dos hermanos gemelos oriundos de Conneticut algo retardados; la Princesa Tiny, de cuarenta y siete centímetros, que se reclamaba aristócrata y tenía seis dedos en la mano derecha; el Mayor Myte, un dandy de medio metro colaborador en las películas de Hal Roach de La Pandilla; la princesa Wee Wee, bailarina de revista, proclamada por la crítica la mujer pequeña más perfecta del mundo; Luz Villalobos, la estrella enana de Chihuahua y su cuadro de danza española…
De los veinte a los cuarenta, no hubo parque de atracciones en Estados Unidos que no tuviese su Tiny Town, una pequeña urbanización que reproducía en miniatura el suburbio de cualquier ciudad, donde los enanos residían y recibían al público visitante disfrazados con pelucas y haciendo cabriolas. En una de estas extrañas midget villages se dio a conocer la Doll Family, compuesta por Harry, Daisy, Grace y Tiny, un grupo de pequeños actores llegados de Alemania a principios de los años veinte.

EL ENANO MÁS BELLO DEL MUNDO

Kurt Schneider se llamaba el patriarca del clan, un hombre en miniatura con ademanes de señorito que solía aparecer vestido de etiqueta luciendo sus cincuenta centímetros más chulo que un ocho, rostro aniñado, cabello rubio, cigarrito en mano, altivo y mosqueado. Cuando llegaron a América, los Schneider adoptaron el apellido Earles, y con este nombre empezó el pequeño Harry sus andanzas, entre las que se cuentan algunas apariciones en producciones mudas insignificantes.
En una de tantas incursiones que el dipsómano y bonachón Tod Browning solía hacer por las ferias añorado de sus años pasados como artista de circo, vino a trabar amistad con Harry Earles. Fue el hombre diminuto quien le llamó la atención sobre los relatos de un escritor de segunda, Clarence “Tod” Robbins, autor de una novela desquiciada muy próxima a la sensibilidad enfermiza de Browning. Se llamaba The unnholy three e inmediatamente conquistó al cineasta, que en 1925 estrenó la película del mismo título. El consejo de Harry era interesado, ya que contaba con el papel del enano que forma parte sustancial de una trama inolvidable: compinchado con el forzudo del circo, un ventrílocuo (el gran Lon Chaney) decide convertirse en anciana. Abre una pajarería en la que vende loros y animales de compañía para introducirse como dulce abuelita en casa de sus clientes millonarios junto al que llama su nieto, Harry Earles vestido de bebé y metido en un carricoche de paseo. Cuando no lo ven, el pequeño desvalija cajas fuertes y hasta asesina a los incautos clientes.

TRES SON MULTITUD

Pero el Trío Fantástico, como los Tres Mosqueteros, son cuatro: al gigante, al travesti y al enano se suma un gorila que tienen en casa metido en una jaula y que acabará por zamparse a los malvados. Contado así mucho sentido no tiene, la verdad, pero como siempre Browning construye con materiales absurdos una obra maestra de perversidad y relaciones humanas al borde del delirio. Imágenes que se clavan en la retina: las del menudo Earles fumando un puro ataviado con camisón entre infantiles juguetes; las escenas de la feria, con la mujer gorda, el tragasables y el muñeco parlante; la del Trío huyendo de la policía en un coche, con Chaney llevando bajo el brazo a Harry y Víctor Mclagen metiendo al simio en la parte trasera… cine mágico, del que hace sudar, turba e hipnotiza. Y para que vean cómo cambian los tiempos: entonces gustó tanto que cinco años más tarde se rodó una versión sonora, la única en que se oye hablar a Chaney, calcadita de la muda y en la que Earles repite su inmortal papel, con voz chillona y cascada y mala leche a raudales.

EL SENDERO DE BALDOSAS AMARILLAS

Habla que te habla, Harry, que era muy leído, le enseñó a Tod otro relato del mismo escritor, Espuelas, versión casi literal de lo que se convertiría en La parada de los monstruos (1932), cuyos derechos cinematográficos tenía comprados la Metro. Tocaría aquí ponerse a decir y no parar de esta joya cumbre: que si la fascinación de Browning por la mutilación, el circo y la otredad, que si sus planteamientos radicales e inéditos, que si también sale Daisy, la hermana de Earles, que si provocó tanto a la sociedad de su época, que si tal y que si cual: a ver, si alguno de ustedes no la ha visto, haga el favor de dejar de leer y marcharse castigado al cuarto oscuro.
Baste señalar que comercialmente no estuvo Harry muy acertado, porque Freaks disgustó tanto a su productor, Louis B. Mayer, que después de condenar al ostracismo a Tod Browning, vendió los derechos al Gran Amo de la explotation de los treinta, el incorregible Dwain Esper (director de perlas como Maniac, Marihuana- weed with roots in Hell o How to dress in front of your husband) para que la exhibiese por las ferias de pueblo, proscrita durante décadas de todo circuito de distribución.
La carrera cinematográfica del enano guapo parecía llegada a su fin cuando una producción justamente mítica vino a dar nueva oportunidad a la gente pequeña, sacándola por un instante de los abismos de la serie B a la que cada vez más se veía relegada. La película es esa cima del cine lisérgico llamada El Mago de Oz. Era 1939 y no hubo pequeño actor que no estuviese dispuesto a aparecer como munchkin para dar la bienvenida a Dorothy de Kansas. Para Earles y la Doll Family aquellos trajes y peluquines de colores significaron su despedida del cine; no así para un enano diminuto y malencarado, veterano de la pantalla que ya había aparecido en Freaks y que entre un centenar de chiquitines más se dedicaba a dar palmas y armar jarana en torno a Judy Garland.

EL REY DE LILIPUT
Desde que en 1929 hiciera de engendro submarino en la versión muda de La isla misteriosa y de enano diabólico en la extraña y sofisticada Seven footprints to Satan, Angelo Rossitto, que así se llama la superestrella de Mundo Liliput, supo de las grandes posibilidades de su físico. Cetrino, de rostro cortado a hachazos, una gran cabeza toda ojos y boca, acondroplásico (que quiere decir cabezón y de miembros muy cortos, ignorantes), moviendo su cuerpo diminuto y vivaz con expresión perpetuamente amenazadora, Angelo construyó a lo largo de sus más de cincuenta años de carrera un icono del fantástico labrado título a título, a través de los más extravagantes papeles. Después de haber trabajado con actores míticos (Conrad Veidt, Lon Chaney) fue su amigo John Barrymore, el Dr. Jekyll de 1920, quien le animó a seguir en el cine. Como todos los enanos procedentes del circo, ejerció algún tiempo de doble de actores niños; en concreto, y por difícil que resulte de creer, de la tierna y angelical Shirley Temple.
Era la época anterior a la autocensura de las productoras, y el trabajo no faltaba, así que con los ahorros conseguidos, Angelo montó un kiosco de prensa cerca de los estudios, y hala a vender periódicos entre rodaje y rodaje. Hombre bragado, fue uno de los pocos intérpretes de Freaks que se proclamó orgulloso de la película y salió a defender a Browning cuando se le atacaba como loco y pervertido; fundó el primer sindicato de enanos que la historia registra, la Little People of America Asociation; y hasta se presentó como alcalde de Los Ángeles en 1973, sin fortuna. Mas su espíritu combativo no pudo con las mojigaterías que se avecinaban, cuando en nombre de correcciones políticas varias, mostrar en la pantalla seres menudos pasó a considerarse de mal gusto y los enanos se vieron desterrados a la gloria de la serie Z.

YO QUIERO SER ANGELO ROSSITTO

Fue terminar el rodaje de El signo de la cruz (1932), de Cecil B. de Mille, donde Angelo luchaba en el circo romano al frente de una horda de pigmeos contra un grupo de amazonas, y encontrarse con que los pequeños ya nada podían esperar de las majors. Lejos de amilanarse, nuestro hombre instaló sus reales en productoras pobres como Monogram y PRC, junto a toda una plétora de actores allí arrumbados por practicar cine de horror.
Angelo no tardó en hacer buenas migas con el Bela Lugosi de la época yonqui, merodeando por la fantasmal mansión de The corpse vanishes (1942) o secundándolo como sicario contra George Zucco en la sin pies ni cabeza Scared to death (1947); Karloff lo conoció como diminuto comerciante chino en una de sus encarnaciones como improbable detective oriental (Mr. Wong en Chinatown, 1939); Sherlock –Rathbone- Holmes se lo encontró saliendo de una maleta caracterizado de Bongo el salvaje de la selva (The spider woman, 1944); luchó contra Johnny Weissmuller en Jungle Jim in Pygmy Island (1950); fue uno de los tres cerditos en la joya de la extravagancia Babes in Toyland (1934) zurrándose con el Gordo y el Flaco; acompañó a María Montez entre purpurinas y damascos en Alí Babá y los cuarenta ladrones (1944); estuvo como demonio en La nave de Satán (1935); hizo de gnomo en la maravilla onírica Sueño de una noche de verano (1935) del gran Dieterle…





LAS MUJERES ARAÑA

Con los cincuenta vino la tele y el cine Z más loco y decadente. Y en él estuvo prolífico nuestro acondroplásico. Como muestra un botón, que no los quiero marear con tanto dato, vayan tres ejemplos.
El primero, uno de los títulos más torpes y extraños de la década: Mesa of lost women (1953), un destarifo de laboratorios, sabios locos (Jackie Coogan, el Tío Lucas de la Familia Adams) y pin ups de formas turgentes haciendo de mujeres araña con una uñas descomunales, que a la media hora consigue levantar fuerte dolor de cabeza. Angelo repite uno de sus roles habituales, el de ayudante del mad doctor, da gloria verlo aupado en su taburete extra largo mientras maneja frascos y probetas.
La segunda perla, Invasion of the Saucer Men (1957). ¿Recuerdan a los marcianos cabezones de grandes dientes que deambulan de un lado a otro pinchando a la gente con sus manos-jeringas? Pues Angelo y no otro era quien se ocultaba bajo tan venerable icono de la ciencia ficción cincuentera.
Tercer ejemplo, su participación como vendedor de periódicos, un papel a su medida, en la obra de culto Daughter of Horror (1955), genialidad muda e insólita de narrativa afilada como cuchilla de afeitar.

MÁS ALLÁ DE LA CÚPULA DEL TRUENO

Los sesenta y los setenta ven a Rossitto establecido en la tele, haciendo de muñeco tipo Espinete en un programa para niños o acompañando en sus aventuras al detective Baretta, la versión barriobajera de Starsky y Hutch. Por entonces conoce a Al Adamson, el jipi loco que intenta reproducir con más pena que gloria el cine B que visionase en sus años mozos, y del que Angelo formaba parte sustancial. Así puede lucirse a gusto en Drácula vs. Frankenstein (1971), amenazando con un hacha a un descompuesto Lon Chaney Jr., o dedicarse a cambiar cerebros en la descacharrante Brain of blood (1972), donde sale como Dorro, el pequeño cirujano asesino.
Su último papel de relieve es el de Amo de la Ciudad en Mad Max III (1984); todos deben recordarle encaramado a un gigante con yelmo negro y zurrando la badana a Mel Gibson. Casi ciego estaba el pobre al terminar, y aún así siguió rodando, la última vez junto a un senil Vincent Price, el último de los actores míticos que le faltaba por conocer. Angelo murió en 1991, a los 83 años. Pero el trono del pequeño rey de la serie Z no quedó vacío: dos dignos aspirantes ocuparon su puesto.


MIGUELITO Y MISQUAMACUS

El primero, un tipo sin suerte. Se llamó Michael Dunn, era acondroplásico, muy pequeño y la mar de listo. No pasó por las manos de Barnum, ni de ningún otro vampiro circense, que se cultivó refinadamente. Desde jovencito se dedicó a actuar y su sueño era convertirse en intérprete shakesperiano, un poco difícil, la verdad, cuando sólo se cuenta con cincuenta y un centímetros de altura. De genio vivo, algunos lo recordarán como el doctor Miguelito Loveless de la serie del Oeste pop Wild wild West, que con su rayo reductor pretendía empequeñecer a toda la humanidad para pasearse por el planeta hecho un gigante. Envidiable ocupación, mas el pobre Michael nunca tuvo humor para verlo así, y a pesar de que ustedes y yo estaríamos orgullosos de participar en títulos como Dr. Frankenstein Castle of freaks (1974) o Werewolf of Washington (1971), a él le daba mucha vergüenza y una pena tremenda. Así que no tardó nada en morirse.

El segundo, el actual Rey de Liliput, el gran Félix Silla, llegado de Roma en los años cuarenta para caer de bruces en el espectáculo de Barnum. Menos mal que sus habilidades como trapecista le facilitaron el paso a la tele, con la fortuna de ingresar nada menos que en La Familia Adams (1966) en calidad de Tío Cosa, un ser peludo y con boina que reside en la chimenea. De ahí a la eternidad: robot enano en Buck Rogers (1979), niño simio en Planet of the apes (1968), troll en Embrujada (1970), marciano en Star Trek (1966), y sobre todo el papel por el que se le venerará siempre en esta casa: Misquamacus, el hechicero indio que le sale a un desgraciado de dentro de un grano en la grandiosa banalidad en colores The manitou (1978). ¡Para que luego digan que el Abuelito no es moderno

4 comentarios:

Sr. Feliú dijo...

Aunque no sea una entrada actual me cuelo aquí porque es de las más pertinentes de acuerdo con mi precedencia, Circo Méliès. Allí contesté a tu amable (último) comentario y aquí te devuelvo los piropos.
Visto que tienes una sección de cine primate, corro el riesgo de que me taches de entrometido o pitagorín, para recomendarte La donna scimmia, de Marco Ferreri, si es que aún no la has visto.
Tiny Town estaba entre nuestras próximas entradas, pero a la vista de tu repaso del género, probablemente remitamos a nuestros lectores -si los hay- aquí y dediquemos un comentario a Gulliver, versión española de 1976 con participación en el guión de Fernán-Gómez, que seguro hará las delicias de un degustador de cine bizarro como tú.
Suyo affmo., Sr. Feliú

Anónimo dijo...

La donna scimmia la vi hace un millón de años en cine con el título "Se acabó el negocio". Me voy a poner a buscarla a ver si hay suerte...
Gulliver no la conozco. ¿Es una de Alfonso Ungría?

Sr. Feliú dijo...

La de Ferreri se tituló así en España. Hay un apunte sobre ella en Circo Méliès. Han circulado al menos dos versiones: una de ellas censurada, en la que la mujer mona se redimía al caérsele el pelo en el momento del parto. El final original que tiene la copia italiana y que ha sido objeto de los últimos pases televisivos en España es muchísimo más brutal. No lo cuento. (Si no la encuentras por otros medios, mándanos un mensaje).
En cuanto a la de Gulliver, sí, es la de Ungría. Película invisible hasta donde yo sé. Tuvo bastantes líos con la Censura por lo que habiéndose rodado en 1976 no se estrenó hasta el 79. En este mes publicamos el comentario con las pocas imágenes que hemos localizado y la información procedente de los libros de Fernán-Gómez y lo que en su día llegó a los periódicos de la polémica.

* R e N a * dijo...

el tío cosa es el mejor!!!