Se acerca la festividad de Todos los Santos, ahora sustituida por la cosa esa extranjera del Jalogüin, y no sé porqué: si lo que querían los niños era asuntos de terror y miedo, el catolicismo los proporciona de sobras y harto más genuinos.
No hay hagiografía sin derrame de sangre, sea en forma de purulento estigma, de cuerpo aseteado, de imágenes que lloran plasma o de torturas de refinamiento tal que excitarían la imaginación del menos sádico de los hombres. Los ancianos recordamos haber mamado semejante religiosidad, a caballo entre la aberración y el misticismo más necrófilo. Hoy son otros los tótems que venera la tribu, mas cuidado: detrás de todo ídolo acecha la sangre.
Para celebrar a nuestro modo la festividad religiosa que se avecina, nada mejor que traer al Desván este cuento pío, editado en diciembre de 1931 en Barcelona y destinado al adoctrinamiento infantil. Narra la vida ejemplar, pero breve, del mártir Dominguito de Val, según marcan las pautas de la leyenda medieval por la que los judíos festejaban la Pascua crucificando niños, mito muy extendido y que ha justificado más de una atroz matanza... hasta tiempos muy pero que muy recientes, no se crean ustedes.
Dominguito, perturbada su infancia por sueños de martirio y ansias guerreras, no tiene mejor ocurrencia que dedicarse a provocar a los habitantes del gueto, más cerca de las bestias y los demonios que de los seres humanos: a lo mejor es a eso a lo que llaman los biempensantes La España de las Tres Culturas. Entreténganse en leer la selección de textos y beban cada adjetivo, cada reflexión, cada matiz: el mismísimo Hitler lo habría aplaudido con entusiasmo.
Los pérfidos Hijos de Sión, hartos del niño, de su padre y de todo cuanto es bueno y sacro, afrontan el rito acostumbrado, crucificando a la incordiante criatura en secreto para recoger su sangre. Ya les digo, religión y sangre son más que hermanos, nunca va una sin la otra.
Para cuando llega la mitad del librito es de suponer que sus desvalidos lectores están ya aterrorizados: entonces, a modo de póster en página doble, contemplan la bonita estampa del agonizante infante. Y de sus aborrecibles torturadores, barbados y salvajes.
Cadáveres sin cabeza, hebreos sin corazón, procesiones fúnebres, infancias escarnecidas: nada falta en tan terrible cuento. Alimento de generaciones de españoles, no es de extrañar que esta tierra no haya extirpado aún el cainismo: nos lo han metido durante siglos en la sangre, nunca mejor dicho...
(Santo Dominguito de Val. Editorial F.T.D. Texto de F. T. D. - Impagable portada de J. Navas. Ilustraciones de F. C. Barcelona, 1931)