THE MONSTER AND THE GIRL
Director: Stuart Heisler. Con Charles Gemora, Ellen Drew, Robert Paige, Paul Lukas. USA, 1941
Por una vez, gracias a que un nietuco me lo ha recordado, he caído en que hoy es el Día Mundial del Traje de Gorila.
Ya saben ustedes que aquí en el Desván pasa con esta fecha como con los No Cumpleaños del Sombrerero de Alicia: que para mí todo el año son días simiescos. Mas ya que coincide la cosa, aparte de conminarles que LEAN MI ARTÍCULO AL RESPECTO EN EL ÚLTIMO MONDO
BRUTTO, voy a informarles de una de las cumbres del Cine Primate, perla rara y extraña que constituye a la vez la obra máxima del eximio Charles Gemora, aquel pequeño e ingenioso filipino, factor de efectos especiales, escultor y pionero del cine que fuese uno de los miembros de los Tres Titanes del Traje de Gorila. O lo que es lo mismo, el más nombrado caballero que jamás vistió uniforme semejante. Si quieren información abundante sobre él y sobre el tema, ya les digo: rásquense el bolsillo y compren el último Mondo Brutto, demonios, que está a precio anticrisis y ya está bien de dárselo todo gratis, carallo!
Incorporado al departamento de maquillaje de la Paramount Charles Gemora rueda durante los años cuarenta un buen puñado de filmes en donde aparece bajo su hirsuto uniforme, alegrando las más de las veces funciones que de no ser por su intervención hoy serían piezas completamente olvidadas. No es el caso de esta secreta joya del Fantástico Clásico, poco conocida e indudablemente merecedora de mejor suerte. Para el filipino es su obra maestra, el único filme de miedo en el que tiene papel protagónico y hasta con matices psicológicos, que para eso encarna una fantasía repetida en noveluchas y tebeos que hasta el momento no había asomado a las pantallas: la del gorila con cerebro humano.
La historia de The Monster and the Girl, prístino título, es algo enrevesada. Mitad serie negra, mitad película de monstruos, cuenta la peripecia de una cándida joven de pueblo que se pierde en la gran ciudad, acabando engañada por un falso marido que le hace creer que está casada con él y la vende después a una banda de malhechores que la coloca a trabajar de puta. Para acabar de arreglarlo, su novio, quien aspira a rescatarla, es juzgado y ejecutado por un crimen que no cometió, yendo a parar su cadáver a manos del maestro de sabios locos George Zucco, de quien les hablé largo y tendido AQUÍ, habitante glorioso de las cavernas del fantástico más abyecto. Zucco, muy en su línea, proclama a voces el propósito de “dar un paso de mil años en la evolución de la especie humana” y con tal objeto trasplanta el cerebro del muerto al cuerpo de un gorila. Desde entonces la criatura no piensa más que en escapar de la jaula y matar a palos a cuantos se compincharon para perderle a él y a su novia…
Bellos planos del simio, asesinatos de ritmo milimétricamente cronometrado, una fotografía en preciso blanco y negro y unos actores malencarados que devienen perfectos arquetipos son factores más que sobrados para incrementar al máximo el disfrute de esta pulp fiction cruel e inverosímil. Sus personajes amorales, chungos o fracasados, los gángsters de sombrero, bigotillo francés y ojos que taladran y esos dos gloriosos iconos del Pop que son el mad doctor y el gorila acaban por dotar a la cinta de un halo malsano que la eleva hacia las cumbres del género.
Buena parte de su fuerza cabe atribuirla a un increíble Gemora, capaz de expresar las emociones del monstruo como lo había hecho años antes Karloff bajo el maquillaje también aparentemente opaco de Frankenstein. Pero así como a San Boris le valió convertirse en estrella, el nombre de Gemora, la auténtica estrella del filme ¡¡ni siquiera aparece en el reparto, y eso que hasta se molestan en mentar el de un perro que interviene en un par de secuencias!!