THE CABINET OF CALIGARI Director: Robert Kay. Con Glynis Johns, Dan O´Herlihy, Estelle Winwood, Richard Davalos, Constance Ford. USA, 1962
Tiene cierta mala fama esta película,
injusta desde luego, derivada de un par de pecados que los cinéfilos parecen no estar dispuestos a perdonar. Su guionista, el escritor Robert Bloch (autor de
Psicosis, novelista de cien
pulps y joven admirador de Lovecraft entre otras cosas), renegó del resultado final porque decía traicionaba el espíritu de su
script. Además, y eso es casi un sacrilegio ante según qué ojos, osa tomar el nombre de un mito del celuloide en vano.
Vaya por delante la advertencia: para nada es adaptación o remake de la obra expresionista del visionario Wiene, que supongo todos ustedes conocen al dedillo (quien no lo haga, que se vaya a su cuarto castigado a buscarla en la mula).
Lo mismo que se llama Caligari el doctor que sale aquí podría haberse llamado Ramón y nada se resentiría. Y sin embargo un hálito común anima el alma de ambos filmes.
Los dos tienen manifiesta voluntad vanguardista, apegados cada cual a las nuevas estéticas de su tiempo.
Las historias, muy diferentes, están situadas en las dos películas entre la realidad y el sueño, encaminadas a crear desasosiego en el espectador. Y al final ambos gabinetes resultarán ser una pesadilla: la del viejo Doctor Caligari en su celda del manicomio; en esta moderna, la locura narrada desde el punto de vista del demente.
Ahora, que lo que en una es genio, en la otra es género. Lo cual no desmerece en absoluto. Un filme onírico como este narrado desde las pautas y lugares comunes del terror clásico tiene como mínimo la virtud de la originalidad. Si encima es capaz de crear un ambiente gótico
valiéndose de los decorados más actuales y asépticos -un poco como lo hacía Edgar G. Ulmer en
Satanás (1934)- en una casa de líneas puras, con pintura abstracta, móviles de Calder y escaleras voladizas, lo más
in del momento, pues un tanto más a su favor.
Primerísimos planos, juegos de sombras, escorzos inverosímiles, fotografía fría como un bisturí, una interpretación recargada y antinaturalista acompañan
la peripecia de una joven que tras sufrir un accidente encuentra refugio en una casa misteriosa donde un Doctor Caligari frío y distante ejerce desde la cortesía y los buenos modales un control férreo sobre sus víctimas. La desazón ya no suelta a un espectador que asiste fascinado a este espectáculo de horror psicoanalítico.
Lo de menos es un final demasiado explícito, que devuelve al mundo de la razón lo que hasta entonces se tomó con mucho gusto por mal sueño. Un tipo de explicación nunca del agrado de los enamorados del fantástico, pero que no consigue menoscabar un ápice los méritos más que sobrados de esta segunda encarnación de Caligari.