Director: Maurice Elvey. Con Richard Dix, Leslie Banks, Madge Evans, Helen Vinson, C. Aubrey Smith. Gran Bretaña, 1935.
Mira que hace tiempo que tenía gana de ver esta película, una superproducción británica de los treinta a mayor gloria del progreso humano, de la ingeniería y de la ciencia, fruto de una era fascinada por la técnica y la estética artificial y fría de la máquina.
Mira que hace tiempo que tenía gana de ver esta película, una superproducción británica de los treinta a mayor gloria del progreso humano, de la ingeniería y de la ciencia, fruto de una era fascinada por la técnica y la estética artificial y fría de la máquina.
Fue todo un éxito hoy olvidado, basado en el best seller del escritor alemán Bernhard Kellerman. Se la tiene en los manuales de historia por un título pionero de la ciencia ficción, y no es mentira del todo. Verán: la cosa va de un visionario empeñado en promover la construcción de un túnel submarino que comunique Inglaterra con América. Colosalismo y espectacularidad a raudales. Ninguna otra intención tiene el filme.
No deja de ser en sus mejores momentos inmejorable recreo para los ojos, fantasía futurista de formas art decó capaz de facturar imágenes verdaderamente hermosas. Lo son todas las que atañen a los gigantescos platós en los que se recrea la obra ciclópea en medio de hormigones suprahumanos, cables, engranajes y cuerpos resudados iluminados con exquistez.
Lástima que una vez planteado el proyecto, la película opte por el melodrama. Y no del excelso, sino del más vergonzosamente lacrimógeno. La historia de las cuitas personales del ingeniero jefe que empecinado en su proyecto pierde por el camino a un hijo, es abandonado por su mujer y riñe con su mejor amigo, no logran emocionar en momento alguno. Ni siquiera cuando en recurso barato se deja ciega a la pobre esposa, como en los folletines más socorridos.
Escenas plásticamente muy poderosas alternan con una inane historia de amor narrada en interminables diálogos recitativos tomados en plano fijo, toda una prueba para la paciencia del espectador. Para colmo, y esto es serio, la construcción del túnel carece de épica. Decorados costosos y magníficos a los que apenas se saca partido, afectado como está todo el metraje por una narrativa plúmbea que solo en los últimos minutos consigue despegar. En medio, demasiados amoríos sin pasión ni delirio, un par de intragables discursos del presidente de los USA y del Premier británico, y algunas toneladas de acero y cartón piedra, que son las que salvan de la quema semejante exceso de celuloide apolillado...