2008-01-21



VAQUEROS, ROBOTS Y CANTANTES DE COUNTRY
¡¡A ver, esos retrasados!! ¡A tomar asiento que va a empezar la lección! ¡Otra ración de cosas asombrosas y olvidadas rescatadas de entre las dulces mugres del desván del Abuelito!¡¡Se sienten, coño!! ¡Un respeto a la veteranía, a las cabezas mondas y al glorioso blanco y negro!

¡Hala, hala, no me salgan ahora con que no saben lo que es el serial, después de haberse gastado sus buenos euros en esta ilustre publicación! (1) ¿Se acuerdan de aquello que les conté hace unos días del folletín? Pues el serial es lo mismo pero en cine, y Europa es también su cuna. Todas las semanas nuevos episodios de Judex, Fantomas o Los Vampiros viven vidas simultáneas en el cine y en el papel en la Francia de primeros de siglo (del XX, zotes, que no existe otro); Fritz Lang rueda en Berlín las desopilantes aventuras del detective Kay Hogg contra los chinos del subsuelo en la mayúscula Las Arañas; y hasta por estas tristes tierras el olvidado Antonio Altadill dirige los ocho capítulos de Barcelona y sus misterios, con sus buenas dosis de encapuchados, calabozos y torturas genuinamente nacionales. Era 1915. En América, tan zafios ellos, se llevan más las de vaqueros, que acaparan abrumadoramente el género hasta los años treinta. Y eso que su universo está ya tan codificado y da tan poco de sí que para entonces se han convertido en películas mecánicas de un solemne aburrimiento, capaces de entretener sólo a la chiquillería menos selecta. Ya pueden suponer que viniendo como viene del denostado folletín, cualquier persona de orden negará al serial el más mínimo interés. Inútil buscar su historia en los textos más académicos. Una mención nostálgica, todo lo más. Pues que se fastidien. No sean ustedes tan burros como ellos y hagan caso al Abuelito, que al fin y al cabo si quiere desasnarles es por su bien, diantres!

DE LA PANTALLA A LAS TRIPAS

Así iba la cosa hasta que un buen día los señores Brower y Easton, dos especialistas en hacer maravillas con una cámara y tres pesetas, recibieron el encargo de la productora Mascot de dirigir un serial a mayor gloria de Gene Autry, un vaquero cantante, algo mariposón y completamente yermo en dotes interpretativas. Ante tamaño desafío ambos optaron por soluciones radicales. Ya está bien de vacas, indios y cuatreros. Vamos a mezclar el mundo de las camisas imposibles y las botas que dan tanta risa de los cow boys del country con los tebeos de ciencia ficción más enloquecidos. Unos decorados sobrantes de alguna de romanos, los necesarios stock shots y el vestuario que se usó hace unos años en un delirio de los de De Mille bastarán. Además, tenemos cartón para hacer robots y una sala de máquinas preciosa que nos dejan los de Just Imagination. Unos caballos, un rancho, un coche viejo y una avioneta para dar ambiente western, et voilá, ya está aquí el primer serial fantástico del sonoro, El Imperio Fantasma, doce episodios de 1935 cumbre y gloria del cine que se degusta con las tripas. Asalto a la racionalidad destinado a provocar la diversión más primaria y elemental, la que nace de ver comprimidas mucha acción y muchas cosas raras, sentido de la maravilla visceral, generador de imágenes ante las que no se puede ser neutral. Se aman porque es cine trabajado con fe absoluta en lo inverosímil, capaz de pasar con el mayor desenfado de un plano de vaqueros cantando viejos éxitos de los que gustan al Abuelito a otro de la sala de control hiper tecno de la ciudad de Murania. El hecho de que en la España de 1947 se estrenase como una aventura de Flash Gordon, cambiándose título y doblaje, no es sino el homenaje de un pícaro distribuidor a la naturaleza de broma inmensa que en el fondo es todo serial.

COUNTRY GLAM Y ASIRIOS EN CARNAVAL

El caso es que los amiguitos de Gene Autry, dos niños feriantes que se presentan como campeones del mundo de rodeo, descubren desde un rústico laboratorio que tienen instalado en el granero la existencia de una civilización subterránea situada justo debajo del rancho tan querido por el cantante. Qué les has dicho. A partir de ahí todo se dispara y los habitantes del subsuelo salen al cortijo cada dos por tres, mientras que en el Imperio fantasma cada quien entra y sale como Pedro por su casa gracias a una compuerta oculta en la roca y a un práctico ascensor flotante que desciende 25.000 pies -que vaya usted a saber cuánto son en medidas de gente decente- en un santiamén. Y lo que se encuentran allí es para verlo. La ciudad de Murania, un paraíso tecno dibujado del que no logramos que nos enseñen mas que una esquina, una escalera, la sala del trono y poco más. Bueno, sí. Máquinas, muchas máquinas. Bombas de radium, desintegradores, pistolones de rayos, bobinas, paneles de cristal, computadoras y trastos de cartón, todo en diseño como de art decó desquiciado; plástica fantástica seducida por el metal, la luz y la ciencia, en colisión frontal con la tosquedad del country paleto de Autry y los suyos. Ciencia mágica, la bonita de verdad. Y algún decorado precioso, como la sala del trono y la cámara de la muerte. Y es que si en Radio Ranch habitan al parecer una docena de vaqueros sin categoría alguna, en Murania la sádica Reina Tika encabeza una población de lo más singular, compuesta por unas docenas de visires, sacerdotes, guardianes y figurantes, ataviados con mucha lentejuela y oropel, entre lo babilónico y los trajes de moros y cristianos de Alcoy. Pero a ver si se van a pensar que todo es así, para la risa. Pues no, que el resultado, entre lo solemne y lo bufo, son imágenes de una fuerza que todavía arrebata. Vean si no el caso de los Hombres Mecánicos, hojalata pintada con purpurina. Se les ha llamado toscos ¡y un huevo! ¡Qué poder visual poseen los muy ladinos! Muy superior a cualquier modernillo de esos que hacen ahora por el ordenador. Donde esté la sinceridad y el cartón piedra...

CORRE, CORRE, QUE TE COMO

Cómo no adorar un guión cuya verosimilitud no va más allá de la necesidad de crear emoción continua, delicioso discurrir sin pies ni cabeza entre un mar de ingenuas bizarrías. Nadie parece saber muy bien qué hace en medio de este dislate, pero una cosa está clara: hay que llevar al espectador literalmente con la lengua fuera. El serial necesita el movimiento continuo y odia la reflexión y el tiempo muerto. Saltos, acrobacias, puñetazos, rayos de la muerte, trampas y zipotrancos atómicos, todo vale con tal de no parar. Carreras de los Jinetes del Trueno muranianos de un lado a otro del Radio Ranch. Avionetas y coches que no cesan de estrellarse. Persecuciones a cargo del club de fans del cantante, los Junior Thunder Riders, que cabalgan sin que se sepa porqué con una capa y un cubo de fregar en la cabeza. Corre Gene Autry más que nadie, porque sólo es dueño del rancho siempre que cumpla todos los días con la emisión en directo de sus alegres cantarelas, que si no se lo embargan. El pobre en realidad vive sometido a un estrés continuo, obligado a solfear contra viento y marea. Se le ve transmitiendo desde la ciudad subterránea, después de haber asistido al catastrófico fin del Imperio, e incluso una vez desde una avioneta mientras encañona al piloto y es perseguido con mísiles por los sicarios de la Reina Tika, y es que de hecho la intriga se estructura muchas veces en torno a si acudirá a trabajar o no. Lo de menos es que bajo sus pies existan una civilización oculta; lo que importa en realidad es el currito diario, que si no a ver de qué vamos a comer!! Pura filosofía hilbilly, señores. Velocidad e inmediatez son las claves. En la trama, en la realización, en la forma en que se consume la ración semanal de histeria y aventura. No hay que defraudar las expectativas que desde unas rotulaciones increíbles, como de rayos incandescentes, promete cada inicio de capítulo, que tienen además unos nombres que... que... ay, ay, ay, que se les ha olvidado a estos chicos de darme las midicinas y se me va la olla por lo filológico... -Venga, abuelito, la pastillita colorá... glú, glú, glú... -Ya etá, ya etá... a ver, a lo que íbamos...
(Nota: se refiere a la revista magazine 2000Maníacos, origen y santa cuna de muchos de estos artículos. ¡¡Que a ver si se la compran todos, perillanes, que ya está bien de leer al Abuelito de gratis!!

2 comentarios:

angeluco10 dijo...

¡¡Es qué dan ganas de ponerse a ver este serial después de haber leído tu artículo!!.
Me parece una historia fantástica de lo absurda y no fantástica de fantasiosa si no fantástica como sinónimo de estupendo.
Creía que tu blog iba sobre cine fantástico pero tu artículo de Leo Táxil me ha descolocado.¿En qué lugar encaja en toda esta historia?.

El Abuelito dijo...

El desván es un cajón de sastre, en el que abunda sobre todo el papel viejo y el cine fantástico majareta.
El de Táxil, delicioso heterodoxo, es un artículo publicado en la revista Mondo Brutto.
Amo el caos, en realidad en el Desván nada encaja ni tiene un lugar fijo. Eso sin contar que el Abuelito se va de la olla de vez en cuando. Se abre un cajón y vaya usted a saber qué es lo que aparece. Esa es la filosofía.