LE ROMAN DE RENARD
Director: Ladislas Starewicz. Animación y creación: Ladislas e Irene Starewicz. Francia, 1930.
Ay, infelices, fascinados con el muchacho ese Timoteo Burton, que hace de pesadillas y navidades y niñas fiambres. Que sí, que están bien, pero que no inventa nada, desarrolla. Entre otras cosas la obra entera de este genio Wladislaw Starewicz o Starewitch o algo así, el más grande animador de todos los tiempos, capaz ya en 1912 de contar una historia de infidelidades, chanzas y venganzas protagonizada por insectos. Escarabajos, grillos, libélulas, saltamontes con botas movidos por stop motion para interpretar cuentos para adultos. No a lo Disney, aquí no se edulcora nada, que los bichos son de verdad, muertos y con un poco de goma en las patitas para poder moverlos. Hay que ser extraño para filmar así tus primeros cortos, como este polaco o ruso, que de todo se dice, entomólogo, cineasta apreciado del Zar, que con todo el barullo de la revolución se marchó a Francia y allí trabajó, poco porque no era comercial, hasta los años cincuenta. Con sus muñecos prodigiosos, como siempre. Animando demonios y maravillas en blanco y negro, evocando orquestas de ratas, cabarets del infierno, raspas amenazantes o puerros andarines. Títeres de formas imposibles captados fotograma a fotograma por este sabio loco. Y es que el hechizo del condenado eslavo este sólo lo tiene Meliés, La noche del cazador, Los Nibelungos, algún expresionista cabezón y poco más. Arte de encantar, señores, privilegio de magos.
Ay, infelices, fascinados con el muchacho ese Timoteo Burton, que hace de pesadillas y navidades y niñas fiambres. Que sí, que están bien, pero que no inventa nada, desarrolla. Entre otras cosas la obra entera de este genio Wladislaw Starewicz o Starewitch o algo así, el más grande animador de todos los tiempos, capaz ya en 1912 de contar una historia de infidelidades, chanzas y venganzas protagonizada por insectos. Escarabajos, grillos, libélulas, saltamontes con botas movidos por stop motion para interpretar cuentos para adultos. No a lo Disney, aquí no se edulcora nada, que los bichos son de verdad, muertos y con un poco de goma en las patitas para poder moverlos. Hay que ser extraño para filmar así tus primeros cortos, como este polaco o ruso, que de todo se dice, entomólogo, cineasta apreciado del Zar, que con todo el barullo de la revolución se marchó a Francia y allí trabajó, poco porque no era comercial, hasta los años cincuenta. Con sus muñecos prodigiosos, como siempre. Animando demonios y maravillas en blanco y negro, evocando orquestas de ratas, cabarets del infierno, raspas amenazantes o puerros andarines. Títeres de formas imposibles captados fotograma a fotograma por este sabio loco. Y es que el hechizo del condenado eslavo este sólo lo tiene Meliés, La noche del cazador, Los Nibelungos, algún expresionista cabezón y poco más. Arte de encantar, señores, privilegio de magos.
Diez años se tiraron trabajando Ladislao y señora para estrenar su único largometraje, un clásico instantáneo que cuenta con bizarrísimos muñecos de animales vestidos como del Renacimiento las andanzas del zorro Renard, una fábula cínica en la que la astuta alimaña acaba salvado de la horca para sentarse a la derecha del Rey tras haber zurrado, estafado, traicionado y delatado a todos sus paisanos. Magia europea, pura y sin adulterar.
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