2011-12-28

El Golem inglés

IT! (The curse of the Golem)
Director: Herbert J. Leder. Con Roddy Mc Dowall, Jill Haworth, Paul Maxwell, Alan Sellers. Gran Bretaña, 1967

Variada es la suerte de la criatura que el rabino Judá Loew Ben Bezael moldeara del barro primigenio en su cubil del gueto de Praga. Asomó, puro símbolo, mera excusa, en las páginas febriles y esotéricas del iniciado Meyrink; cobró vida de la mano de dos teutones, Galeen y Wegener, en diversas aventuras de las que solo una ha sobrevivido, esculpida a hachazos con la estética brava y contundente del expresionismo; resucitó en el París de entreguerras gracias a Julián Duvivier, quien le devolviera su aire legendario y su poesía hondamente europea; y fue a dar por último a las Islas Británicas, donde abandonada toda veleidad artística mutó en enloquecido relato pulp, disparatado, extemporáneo, disfrutable por cuantos como yo aprecien la desvergüenza y el exceso.
Todo monstruo acaba por transmutarse en género, y si no que se lo pregunten al Moderno Prometeo de Mary Shelley, que de símbolo de la humana caída ha quedado en espantajo verdoso, o a la desdichada criatura de Abraham Stoker cuya grandeza crepuscular es hoy hormona revuelta y acné juvenil. Mejor es la fortuna, en este sentido, del Golem, que al fin y al cabo se convierte gracias a las artes del ínclito Herberto Leder en monstruo prototípico, zoquete, malas pulgas y aficionado a errar por ahí adelante llevando en brazos a chicas en camisón, como manda la costumbre de su estirpe.
Responsable de semejante descenso a los abismos es este británico Herbert J. Leder, un auténtico Juan Palomo digno de figurar en el podium del destarifo junto a titanes como Al Adamson o Ted W. Mikels; guionista, productor y director de sus escasos filmes que incluyen cabezas de líderes nazis congeladas prestas para volver a la vida (The frozen dead) o asesinos en serie que reparten caramelos (The candy man), protagonizados por estrellas en derribo de la talla del gran Jorge Sanders o Dana Andrews.
En It!, que así se llama este Golem, es el otrora niño prodigio Roddy McDowall el encargado de dar vida a un psicopático empleado de museo que guarda en su casa el cadáver disecado de su mamá -sentada en una mecedora como la de Antonio Perkins en Psicosis-, acumula rencores contra superiores y chicas rubias y descubre el modo de volver a la vida al Golem, una estatua de piedra de extraño aspecto que obedece sus órdenes de criminal resentido. Ser superpoderoso más feo que Picio, es capaz de resistir el impacto de una bomba atómica o de derribar el puente de Londres en un santiamén, sólo para impresionar a la que el loco de McDowall pretende que sea su novia.
Lo adivinaron: el filme apenas tiene pies ni cabeza; su aire antañón es el una monster movie de los cincuenta; sus diálogos, hilarantes; sus medios, muy limitados y sus escenas, cumbres de eso que algunos de ustedes llaman psicotronía. Ver al fugitivo McDowall recorriendo Inglaterra perseguido por "el ejército" (dos soldados y un general en un jeep) mientras conduce un coche fúnebre en compañía de una moza secuestrada, la estatua viviente y el fiambre de su madre con el que toma el té cada dos por tres es cosa que no deja de provocar enorme pasmo al más pintado. A mí estos excesos me simpatizan, ya lo saben, que desvergüenza y frescura es cosa que nunca estorba en este mundo sobrado de pretenciosidad, ínfulas y pedantería que nos toca vivir todos los días...   

2011-12-24

La navidad de los insectos

Condenado como estoy a una navidad a base de herviditos y caldos de gallina, convaleciente aún del último achaque, no dudo en aconsejarles que celebren ustedes la suya comiendo pantagruélicamente, bebiendo y fumando quienes gusten de ello. Se lo dice un descreído máximo, que más allá de las celebraciones del mito del dios niño y demás orientales fábulas, bien vale una francachela por endeble que sea el pretexto. Así que nada de enfurruñarse, que no vale la pena, y gocen, nietucos, que el placer en el más amplio de los sentidos es cuanto de bueno pueden aspirar a sacar de este mundo nuestro!!

De las muchas historias del planeta que nos tocara en suerte, la de los hombres es tal vez la más locuaz, pero desde luego no la única. Los mamíferos, los reptiles, los microbios o los pájaros tendrían mucho que contar, si alguna vez hubiera quien se molestase en escucharlos. Hubo un artista genial, de los que figuran con letras de oro en esa Historia Secreta del Cine que al margen de la oficial veneramos los inquietos, que consagró buena parte de su obra a desvelar los avatares múltiples de los insectos. Se llamó Wladislaw Starewicz, nació en la Lituania rusa; inventó el stop motion, creó fantasías irrepetibles y fecundas, la mayor parte destruidas por la ignorancia revolucionaria de 1917, y fue rescatado en su exilio por los franceses, preservadores de sus increíbles poesías fílmicas. De él, uno de los Santos Mayores de mi Panteón, ya les comenté hace años AQUÍ, véanlo si no.  

Hoy traigo de regalo para todos ustedes una joya de apenas seis minutos filmada hace cien años, crónica de la navidad que a nuestras espaldas celebran escarabajos y saltamontes en los bosques. Aprieten el botón, dénle al Play y gocen, nietuc@s, que nada hay tan grande como el asombro y la emoción... ¡¡Felices fiestas, demonios, pese a cuantos dioses quieran amargarnos desde el cielo!!  

2011-12-20

Enfermo

Deberán disculparme unos días, pero es que los achaques de la edad no perdonan... En el lecho del dolor estoy, atromentado por la fiebre... En cuanto me recupere -mala hierba nunca muere- volverán a saber de mí... En breve... 

2011-12-15

Novelas, cuentos y aventuras prodigiosas

LAS AVENTURAS DE MANOLO PRIETO


Que don Manolo Prieto es uno de los más grandes ilustradores que esta Piel de Toro nuestra ha dado, es hecho que a tales alturas pocos se atreverán a negar. Su obra máxima, ya se lo dije una vez AQUÍ, son las cubiertas de la colección Novelas y Cuentos, que en más de una ocasión han asomado por el Desván. Una serie catedralicia, que hizo más por difundir la lectura y la cultura durante sus muchísimos años de publicación que cuarenta campañas ministeriales juntas.
Hoy traigo una selección de novelas de aventuras, género primordial, noble donde los haya.
La caza de la fiera, el dominio de la naturaleza, el viaje, lo exótico, el individualismo, el peligro, la heroicidad, conceptos medulares del género. Como bien sabe Ferdinand Ossendowski, aquel fugitivo de la soviética revolución que cruzase en solitario las tierras desoladas de Siberia en su afamado Bestias, hombres, dioses. O los franceses Assollant y Julio Verne, piedras angulares de la aventura decimonónica, madre de cuantas le han seguido...

La China republicana de los Señores de la Guerra, evocada por John P. Marquand, un escritor que lo mismo te gana un premio Pulitzer que se inventa al investigador oriental Mr. Moto, es la protagonista de ese Jarrón amarillo que tan bien retrata Prieto. Como lo es el Oeste americano en el caso de la ilustre Isabel  Madox Roberts.
Pero si hay un escenario que es en sí pura aventura es el de la selva virgen, epítome de la naturaleza como peligro a dominar, sea en las folletinescas páginas del conde Jean de la Hire, sea en las memorias reales y realistas del británico Julian Duguid, atravesando en mula con precisa y brillante prosa las tierras salvajes del Chaco. 


Don André Armandy es uno de esos escritores que tras haber conocido triunfo y fama en vida son olvidados después de su muerte, suerte envidiable, desde luego, frente al dudoso encanto de la gloria póstuma. Sus novelas, modernas, muy siglo XX, suelen merecer la pena, traten del trazado de un ferrocarril por los colonos franceses en Senegal; del invento diabólico de un sabio habitante de un islote y aspirante a dueño del mundo, o del apocalipsis sobrevenido a una civilización de la que desaparece progresivamente toda fuente de energía. Un nombre a rescatar, sin duda.
Sir Enrique Rider Haggard no ha sido olvidado como Armandy, que para eso está el cine y las mediocres versiones de la aventura capital de Allan Quatermain. Todas harto más melifluas y pacatas que la contundente imagen elegida por Prieto para evocar el mismo asunto, juzguen ustedes...
El periodista extremeño Luis de Oteyza, capaz de cruzar las líneas enemigas en plena Guerra de África para volver con una entrevista exclusiva al líder insurgente Abd el Krim, facturó además de libros de reportajes muy brillantes novelas, antes de que el triunfo del Tío Paco y sus reaccionarias huestes lo condenaran sin remedio al exilio. El tesoro de Cuahutemoc tiene humor, desvergüenza, acción y hasta estilo literario, y juega encima con manidos y amados tópicos a los que saca máximo jugo. A ver quién se acuerda algún día de reeditar sus políticamente incorrectas creaciones...
Las de Pablo Feval, esencia pura de folletín, lo han sido de vez en cuando por estos pagos; lo mismo que alguno de los títulos más conocidos de don Víctor Hugo, hoy en retirada. Un hombre troglodítico bebiendo sangre en el hueco de una calavera: no me negarán que el motivo es absolutamente irresistible...

2011-12-12

El Golem francés

LE GOLEM
Director: Julien Duvivier. Con Harry Baur, Roger Karl, Jany Holt, Ferdinand Hart. Francia, 1936

Poco tiene que ver la versión de El Golem que la luminaria del cine francés don Julián Duvivier -responsable de algunas obras maestras absolutas como Seis destinos o Voici le temps des assasins- pergeñase en 1936 con cualquiera de las anteriores apariciones en pantalla del Hombre de Arcilla que el rabino Judah Loew pusiera a caminar, siglos ha, por las calles del guetto de Praga. Ni sombra ni eco del seminal Wegener, menos aún de la esotérica novela del iniciado Gustavo Meyrink, a la que el cine ha dejado siempre de lado: Duvivier adapta un relato popular, esencia de un fantástico europeo de honda raigambre y orgullosa estirpe.
En espera de volver a la vida para vengar las afrentas que sufre el Pueblo Elegido, el Golem yace en el desván de una sinagoga checa, oculto a la codiciosa mirada de Rodolfo II, gobernante del Sacro Imperio Romano Germánico y Protector Máximo de las Artes Mágicas. Adicto a lo extraordinario, ambiciona éste apoderarse de la estatua hebrea porque sueña con crear una criatura artificial; para ello congrega en su corte el mayor número de alquimistas, magos de túnica negra y capirote, astrólogos y nigromantes de luenga barba que los siglos hayan conocido. Allí se afanan todos en la búsqueda de la piedra filosofal, del movimiento continuo o la crianza de mandrágoras, bien que lamenten carecer del imprescindible semen de ahorcado garantía de éxito.
Por su parte los judíos no andan a la zaga, y contrarrestan los conjuros imperiales convocando ángeles y arcángeles conminados a materializarse en la sinagoga por el poder de la Llama y la Espada, y hasta practican la Goecia, perturbando el eterno descanso del alma del rabino Loew, que llega a encarnar en uno de los asistentes a la ceremonia para soltar una serie de apocalípticas profecías según manda la hebrea costumbre.
Durante buena parte del metraje lo fantástico se limita a ser telón de fondo sobre el que se desarrolla una historia de amores e intrigas palaciegas. Diálogos teatralizantes, barroquismo, esa artificiosidad tan cara a su realizador y una puesta en escena prodigiosa cuidada al milímetro, siempre máxima preocupación en Duvivier. Imágenes hermosas que remiten a estéticas de la tradición europea más genuina, con Durero, el expresionismo y los pintores flamencos asomando tras cada fotograma. Un guetto hecho de sombras, artificial, retorcido y oscuro; mazmorras que poco han de envidiar a las del visionario Piranesi; laboratorios humeantes y salones de techos altos, inhumanos, son los escenarios donde discurre el relato.
Y unas secuencias finales impresionantes, presididas por la resurreción del Monstruo, Golem mostrado en sabias tomas que enfatizan su caráter sobrenatural, colosal silueta que emerge entre el polvo y los escombros causados por su misma sed de destrucción. Y no es rara tal furia, porque esta vez no ha sido animada la criatura mediante el secreto nombre de Jehová, el Tetragammaton que el piadoso rabino estampara en su rostro, sino por el vocablo "Rebelión", palabra luciferina que una airada mujer escribe llena de odio sobre la fresca arcilla de su frente...  

2011-12-02

El Círculo Rojo


EL CÍRCULO ROJO


¡¡Suenen clarines y fanfarrias en el Desván, pues la visita que hoy traigo convierte al día en fecha solemne!! ¡¡Nada menos que el último de los folletines fantásticos que el enfebrecido catalán don José Canellas Casals, gran pionero del fantástico español, escribiese para la editorial Marco!! De tan eximia serie les mostré ya algunos frutos, Un viaje al planeta Marte, El último vampiro y el primero de los superhombres ibéricos, Mack Wan el Invencible. Hoy está aquí El Círculo Rojo, un destarifo de señores con máscaras de gas, robots voladores, alados vampiros del aire, hombres invisibles, indios, leones y vehículos estratosféricos de no te menees! Mezcla de fuerte sabor que a buen seguro ningún degustador de lo outré puede dejar de apreciar en lo que vale... ¡¡Una fortuna!!



Marc Farell ilustró, como en anteriores ocasiones, con su trazo ingenuo y vigoroso apto como pocos para describir fiablemente maravillas antañonas. Una organización criminal dotada de toda clase de medios, el Círculo Rojo, enreda entre dos naciones estilo Ruritania para provocar la guerra; frente a ellos, el intrépido Black, inventor del poderoso explosivo Blackerina, hombre noble capaz de volverse invisible e incansable fabricante de prodigios mecánicos. Como siempre en las narraciones de Canellas, la trama general aparece deslavazada y confusa, opacada tras un torrente de acción, milagrerías científicas, felicísimos disparates e hiperbólica prosa ¡Arrenegada sea la lógica, viva el espectáculo de lo imposible...!  



Salieron a la calle estos postreros folletines cuando la Guerra Civil asomaba ya por la esquina; Canellas abandona la Barcelona republicana para trabajar en San Sebastián en el ultramontano semanario Pelayos que editan los carlistas... y al verse huérfano el Círculo Rojo no tarda en venirse abajo; tras apenas estos doce fascículos cuyas cubiertas les traigo su final se precipita en colofón absurdo y repentino. Una víctima más de aquellas dos Españas que desde hace tanto tiempo nos definen y acompañan sin traernos nada bueno...