Director: Joseph Lewis. Con Lionel Atwill, Una Merkel, Nat Pendleton, Claire Dodd
Sirva esta película, última en que Lionel Atwill ejerció de protagonista, como pretexto para introducir a uno de los señores con bigote más admirados en este Desván, luminaria del fantástico, compañero del doctor Frankenstein, de los Tres Mosqueteros, de Sherlock Holmes, del capitán Blood, de Bela Lugosi, de Karloff y de George Zucco...
Sabio loco y criminal por excelencia en títulos bellos y olvidados: The vampire bat, Man made monster, Doctor X, The Sphinx, Murders at the zoo... Poco a poco y quieran o no les iré dando noticia de todos ellos, componiendo a piezas una semblanza de tan grande y desdichado actor.
Atwill se especializó en papeles de villano, con los que al parecer disfrutaba especialmente, y compuso a través de todos ellos un personaje de nombre y fortuna cambiante pero que el fondo es siempre el mismo renacido incesantemente de sus cenizas.
Atwill se especializó en papeles de villano, con los que al parecer disfrutaba especialmente, y compuso a través de todos ellos un personaje de nombre y fortuna cambiante pero que el fondo es siempre el mismo renacido incesantemente de sus cenizas.
Es el perfecto caballero inglés, elegante y atildado, de modales impecables, frío y decidido, de astuta maldad, consciente siempre de su superioridad sobre el resto de la especie humana. Por eso suele hacer de gentleman, de médico, de gobernador o abogado, personajes circunspectos que ocultan su locura al mundo. El británico toque de crueldad va como anillo al dedo a sus papeles perturbados, y aporta un encanto inédito hasta entonces en el arquetipo de malvado.
Justo antes del escándalo que daría al traste con su carrera relegándolo a los deliciosos infiernos de las producciones paupérrimas rodó Lionel este filme, una serie B de la Universal mezcla de aventura exótica y película de terror hecha con escaso presupuesto y menores pretensiones.
El caso es que el Doctor Benson tiene que salir por piernas de su domicilio en Market Street, NY, cuando se descubre su afición a despachar seres humanos en su búsqueda del perfecto estado de animación suspendida. La mala suerte hace que el barco en que viajaba hacia Nueva Zelanda naufrague, yendo a parar con un reducido grupo de supervivientes hasta una isla perdida donde los nativos le nombrarán primero Dios de la Vida, se convertirán luego en sus súbditos y acabarán por quemarlo vivo cuando se den cuenta de que no es capaz de resucitar a los muertos como presumía el muy ladino. Mal castigo para su pequeño pecado de soberbia.
Claro que cualquiera se fía de estos salvajes, los mismos con taparrabos de colores que salen en todas las películas hablando un inglés correctísimo y deambulando entre chozas de paja y un jardín que simula la jungla. La verdad, este filme es una nadería, apenas tiene anécdota y todo parece fiarse a la capacidad hipnótica de Atwill y su poder para convertir en atractivo un papel pobre y penoso.
En resumen, un festín sólo apto para fans encallecidos como el que les habla, que tanto agradecen encontrarse con las estéticas viejas y resabiadas y la gozan inmensamente viendo como don Lionel embauca a los indígenas y continúa con sus experimentos en la isla. Plato pobre en ingredientes con fuerte regusto a pulp rutinario y un puntillo rancio.
1 comentario:
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El mío es donjorgetg@hotmail.com
Gracias, Jorge
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