Director: John Brahm. Con James Ellison, Heather Angel, John Howard. USA, 1942
Vayan por delante algunos datos: este señor John Brahm, que antes de llegar a América se llamaba Hans, era alemán, de la hornada que invadió Hollywood en los primeros treinta por mor de Don Adolfo y sus muchachos, que hicieron de Germania lugar inhabitable para las personas de buen gusto. Es teutón pues, y se nota, que no ocultará jamás sus influencias y artes expresionistas. El caso es que después de rodar algún encargo que otro, me lo miran en IMDB si tienen curiosidad, la Twenty Century Fox le contrata para dirigir varias películas de terror. Los Estados Unidos van a meterse de cabeza en la Segunda Guerra Mundial y el horror vuelve a campar por sus fueros en las pantallas, con las sagradas sagas de la Universal a pleno rendimiento.
Pero en tratándose del fantástico, la Fox nunca ha sido tan directa como su rival. Siempre se la ha agarrado con papel de fumar, con títulos que muestran pocos monstruos, y si acaso lo hacen es con mucha vergüenza (otro día les instruiré acerca de Catman of Paris o el ciclo de Karloff haciendo de mad doctor, producciones de la casa y buenos ejemplos de lo que digo) y explicaciones seudocientíficas que evitan lo sobrenatural a costa de incurrir en espantosos ridículos.
Algo de esto acusa este Monstruo Impercedero, primero de los títulos que Brahm rueda con la Fox. En principio se plantea nada menos que para rivalizar con el Wolfman de Lon Chaney Jr. que se ha estrenado el año anterior, pero se diría que consciente de que con las vacilaciones de la productora es imposible plantar cara a los productos Universal, Brahm enfoca la película por derroteros muy distintos. Concretamente los del goticismo más clásico, con una maldición hereditaria que se cierne sobre los habitantes de una mansión inglesa situada al borde de los acantilados de Dover. Hay un hombre lobo, en efecto, pero solo aparecerá al final. El resto, bergantes, es pura atmósfera ¡¡Pero qué atmósfera!!
Paisajes brumosos y artificiales, con árboles muertos retorcidos por el viento; tiempos eternamente nocturnos; caserón siniestro y recargado, tan protagonista por obra y gracia de la cámara mágica de Brahm como cualquiera de los personajes principales; pasadizos y mazmorras ocultas definidos por exquisitas sombras y frecuentados por mayordomos asustadizos y fantasmas de pega; sensación de muerte y de final, remarcada por las pesadillas y premoniciones de la protagonista, mujer aislada en casa oscura y maldita; vientos, tormentas, el mar desatado, naturaleza tétrica y simbólica. Elementos canónicos del cine gótico, que no bastarían, sin embargo, si no fuese por la excelsa fotografía y la impecable puesta en escena, dos de las especialidades de este mago teutón. Iluminaciones artificiales con exagerado sentido dramático, como nos gusta a los defensores del cine como artificio, capaces de crear un ambiente fantástico donde cualquier otro director no encontraría más que una historia lenta supeditada a una única escena explícita, la del ataque y muerte del licántropo. Y cámara inquieta, que a pesar de trascurrir en un único escenario, Brahm huye de lo teatral como alma que lleva el diablo.
Una sorpresa en todos los sentidos, que si no llega a clasicote con mayúsculas es por un guión indeciso y mal graduado en los tiempos narrativos contra el que el genio de Brahm tiene que luchar en todo momento. Menos mal que nuestro hombre sale triunfante, y con todos los honores!
1 comentario:
¡Para qué te voy a engañar!.Además,no es mi estilo,pero cuentas las cosas con una pasión que,de verdad,me dan ganas de ver todo lo que comentas... ¿Será que soy una persona demasiado influenciable por los demás? jajaja.
Bueno,sólo quería decirte que haces que me gusten aún más las películas clásicas,ya sean de miedo o de otros temas.
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