Director: Howard W. Koch. Con Boris Karloff, Don Barry, Jana Lund, Tom Duggan, Charlotte Austin. USA, 1958
Dedicado a mi nietecito Angeluco10, de Cantabria
Dedicado a mi nietecito Angeluco10, de Cantabria
Hombre cabal y coherente, la única ocasión en que San Boris interpreta al Doctor Frankenstein lo hace en una producción cercana a la zeta, prolongando veinte años más tarde su peregrinar por las casas de bajo presupuesto tipo Monogram. Dirige y produce Howard W. Koch, un equivalente moderno de señeros titanes del escatimo como aquellos dos célebres Samueles, Katzman y Newfield.
Vaya usted a saber porqué se bautiza al filme con lo de 1970, si es de 1958. ¿Será porque en sintonía con las paranoias del momento, la energía atómica es la que anima la vida del Monstruo? El caso es que la película no acaba de encontrar su tono, a caballo entre la voluntad de imitación de las gloriosas sombras góticas de los años treinta y las moderneces del terror de braguita y camisón tan propias de los sesenta. Menudo lío cronológico-estilístico...
El actual Frankenstein, obsesionado como debe ser por proseguir la obra de sus ancestros, vive en su castillo rodeado de árboles secos y retorcidos, brumas y pantanos. Para financiar sus locos experimentos, alquila la mansión a un equipo de cine que rueda allí una nueva versión de la historia eterna de Mary Shelley. Y es que no tiene más ilusión el sabio doctor que la de comprarse para él sólo un reactor nuclear con el que animar cadáveres cumpliendo así su misión en la vida.
De rostro deforme, maníaco y exaltado, a Boris le pone nervioso tanta jovencita pululando por sus dominios. Vive solitario, odia a la humanidad y tiene en su laboratorio -aséptico y pulcro, lejos de las roñas y telarañas tan queridas por su antepasado- un monstruo vendado que más parece momia macrocéfala que criatura frankesteinesca al uso. El doctor se dedica a tocar el órgano en sus momentos de relajo, síntoma inequívoco de su peligrosa locura.
Goticismos muy a lo mexicano, pobres y efectivos; algo de carne fresca proporcionada por las actrices de la producción que se rueda en el castillo; profusión de tumbas, subterráneos y lugares comunes... nada basta para espantar el fantasma de la vulgaridad, que asoma implacable a lo largo de un metraje que se hace demasiado largo en sus escasos ochenta minutos.
Y es que no basta a tales alturas con evocar los fantasmas estéticos del pasado y añadirles un poco de energía atómica y otro poco de piernas de bellas señoritas... Me sabe muy mal por Karloff, mas la cosa no acaba de cuajar. Pero, qué demonios, siempre nos quedan los torpes deambulares de la criatura, las cicatrices del rostro de Boris o las carreras de espantadas mozuelas entre pasillos mal iluminados... con tan poca cosa ya nos conformamos, aunque no sea suficiente para salvar una producción raquítica aquejada de falta de ingenio. Nadie es perfecto, ni el santo Boris siquiera...
5 comentarios:
Para ser un cientifico(o pasta de dientes)de la era nuclear,no se le da nada bien la cirugia cabezil...¡que tocho le ha encasquetado al pobre especimen!
Muchas gracias por la dedicatoria,abuelito.
Soy fiel seguidor del desván desde que lo conocí y así seguiré nunca me ha defraudado.
Pues desde que vi de niño la foto de karloff acariciando la carabela siempre quise ver esta peli. Además, eso de que esta vez haga del doctor tiene su morbo. Me la apunto entre mis pendientes.
Gracias por la reseña.
Pues pese a lo que comenta me llama mucho la atención esta película... Vamos, ya sabemos que usted no es muy amante de la lenceria fina en el celuloide pero San Boris Karloff era mucho Karloff!!
Una reseña excelente Abuelito!
Un saludo!!
No hagan caso de la reseña y véanla, qué demonios, que hay que comer de todo!!
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