House of Dracula

HOUSE OF DRACULA

Director: Erle C. Kenton. Con Lon Chaney, John Carradine, Onslow Stevens, Jane Adams, Glen Strange. USA, 1945
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Sí, este es uno de esos peyorativamente llamados "cócteles de monstruos" de la Universal, de los que hacen taparse las narices a los críticos serios y los aficionados cabales. ¡Qué atrevida es la ignorancia! No han entendido nada, pobrecillos... Son de los que comparan un bolsilibro de terror con Otra vuelta de tuerca de Henry James, como si ambos fuesen concebidos con los mismos parámetros y cumpliesen idéntica función.

Estas, debieran comprender, no son películas de miedo hechas para asustar o inquietar al espectador como lo eran los títulos señeros de la productora; son solo filmes de un género ya establecido, que se limitan a jugar con arquetipos e iconos preconcebidos. Asumido su carácter de aventura pulp de ambiente macabro, poco queda que reprocharles y sí mucho de lo que disfrutar.

En este nuevo mundo crecido bajo el éxito de los filmes capitales, tanto personajes como espectadores aceptan sin problema la existencia de unos monstruos con los que se hallan familiarizados. La misión de éstos ya no es sorprender ni subvertir el orden racional, sino cumplir con un papel otorgado de antemano, actuando como se espera que hagan.

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Esta pequeña joya, como reconociendo su carácter de último título de una larga saga, tiene un aire adecuadamente crepuscular con un argumento bizarro y metafórico a la vez. A la consulta del Doctor Onslow Stevens acuden Drácula y el Hombre Lobo con el deseo de que les cure de su cualidad monstruosa, conscientes de que sus días de gloria han pasado ya. La criatura de Frankenstein, reducida a un estado de completa imbecilidad, no tarda en unirse a la fiesta...

Pero el vampiro es ser de naturaleza traicionera, y en vez de aplicarse a la terapia se dedica a seducir a las enfermeras y convertir al buen doctor en una especie de no muerto, hasta que éste, harto, lo expone a los rayos del sol en el minuto treinta y ocho. El aire deslavazado de la narración aumenta su encanto, como la magnífica fotografía de resabio expresionista y una puesta en escena canónicamente gótica.

La guinda la pone un elenco actoral de quitar el hipo, con un Carradine a la cabeza aportando clase y distinción al tronado aristócrata transilvano, al alimón con Chaney recreando a su licántropo llorón. Mi adorado Lionel Atwill, perseguido entonces por la industria hollywodense, es castigado con un corto papel de policía con gorra de plato, sombra del que bordase en Son of Frankenstein. Onslow Stevens está grandioso en su rol de doctor devenido monstruo, como también la adorable enfermera contrahecha que interpreta Jane Adams. ¡Cómo me gustaría que fuese mi novia!

Así que ya saben: no sean tontos y vean estas películas, que no son ni malas ni de risa, como los malvados les han hecho creer. Líbrense del prejuicio y déjense llevar por su espíritu loco. No se arrepentirán.