Director: Joe May. Con Conrad Veidt, Mia May, Bernard Goetzke, Olaf Fönss. Alemania, 1921
Dedicado con afecto a mi díscolo nietecito Piedras Blancas
Dedicado con afecto a mi díscolo nietecito Piedras Blancas
Hay que ver cuánto les gustaba a los alemanes de entre guerras la cosa de la India, sus misticismos y sus misterios: sería por su manía con lo ario, tal vez, que de allí se dicen originarios tales especímenes, el caso es que proliferaron libros y películas fascinados por un mundo de harenes, yoguis, tigres y fakires.
Acuérdense sin ir más lejos de La Luz de Asia (1925), una biografía de Buda rodada por el germano Franz Osten en las tierras natales del santón, o de ese Der Yoghi (1916) de Paul Wegener que tanto me gustaría ver algún día. Por no mencionar las posteriores excursiones nazis por el Tíbet que tanto dieron que hablar...
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Todos ustedes conocen, sin duda, las últimas películas que rodase Fritz Lang una vez regresado a Alemania tras sus años americanos. Entre ellas está un dueto colosal, La tumba india y El tigre de Esnapur, de 1957.
Lo que a lo mejor ignoran es que estos filmes son remake de una producción alemana que con guión del propio Lang y su señora Thea von Harbou (quienes por cierto empezaron a festear durante este rodaje) dirigiese Joe May en 1921. Lo cual, dicho sea de paso, no gustó nada a don Fritz, que esperaba que tal honor recayese sobre sus hombros. Con los dientes apretados se retiró de la escena, jurándose que algún día sería el director de La tumba india. Treinta y seis años más tarde había de conseguirlo.
Esta versión primera es colosal, vaya por delante, superproduc---ción con megadecorados de cartón piedra, elefantes de verdad, palacios auténticos y docenas de extras con turbante. Joe May, hombre de prestigio entonces, es un esteta que cuida los planos como si fuesen cuadros, a veces con ese expresionismo de pesadilla que tan bien se ajusta al concepto europeo de "lo oriental": estatuas de extraños dioses, odaliscas, templos subterráneos, atavíos insólitos, cráneos mondos y luengas barbas.
Además el elemento fantástico que falta en la moderna abunda aquí generosamente. La primera parte está cuajada de maravillas, todo cuanto traiga ecos de ocultismo exótico aparece de algún modo: viajes en el medio astral, la resurrección de un muerto, magia, hasta una mano etérea que flota en el aire. El clímax se alcanza con la cámara secreta en que los locos fakires se inflingen martirios para alcanzar el Nirvana, en escena literalmente alucinante.
Una fotografía excelsa y unas interpretacio--nes voluntariamen-te artificiosas a tono con lo ceremonioso del relato -magnífico Conrad Veidt, Rey Teutón de los Miedos Silentes- contribuyen a forjar la Gran Obra.
Lástima que el elemento melodramático, nudo de la trama, no cuaje igual de bien. Y es que ante la magia y la aventura pura poco pueden las historias de amor de dos amantes provectos o los adulterios de la esposa del rajáh.
Lástima que el elemento melodramático, nudo de la trama, no cuaje igual de bien. Y es que ante la magia y la aventura pura poco pueden las historias de amor de dos amantes provectos o los adulterios de la esposa del rajáh.
Con todo, durante sus casi cuatro horas me mantuve boquiabierto más de dos, sin poder dar crédito a tanta belleza como desfilaba ante mis ojos. Cómo debía añorar el señor May veinte años más tarde, mientras rodaba en Hollywood toda clase de series B (El Hombre Invisible vuelve, entre otras) los viejos buenos tiempos de las superproducciones arias. Y es qué quieren que les diga, Lang se saldría con la suya... pero nada tiene que envidiar esta versión muda a la moderna en colores. Que no sea más bien al contrario, miren lo que son las cosas...
11 comentarios:
¡Ah, esos viejos nitratos germánicos de aventuras y de antaño!...
Háganle caso al Herr Abuelito, mein liebers und peligrosos melenudos modernistas y comprueben como sus antepasados sí que sabían impregnar de espíritu aventurero e imperecedero, a sus producciones silentes y olvídense de esas tonterías en colorines, falsamente trepidantes y ciertamente ensordecedoras que consumen de forma impúdica y públicamente.
Herr Graf Ferdinand Von Galitzien
zapateta, abuelito!
esta noche voy a tener pesadillas con la foto gloriosa de ese tío
con barbas enterrado en el suelo!!!
madre mía,
qué espanto tan soberbio!!
especial barbas a remojo ya!!
Esto tiene pinta de ser auténtico cine de aventuras, es decir, pura, genuina y maravillosa subliteratura filmada. Me viene a la mente la idea de que este cine mudo no es otra cosa que la lógica evolución de la novela ilustrada. Abuelito ¡Qué cartel!
Gracias mil por la dedicatoria, abuelito.
Esta tumba india tiene una pinta acojonante.
¡¡¡Cómo sabe usted que este celuloide viejo, que no rancio, me gusta más que comer con los dedos!!!
Yo he visto la versión de Don Fritz, una joya sin lugar a dudas (recuerdo que salía una zagala haciendo un bailecito sensual de aqui te espero!). Pero no descarto echarle un ojo a esta...
Se refiere usted a Debra Paget, que efectivamente baila ante una cobra quitando el hipo a todos los espectadores masculinos... Mire usted esta primera versión, que sobre todo en su primera parte es harto más fantástica y expresionista... creo que sin duda sabrá usted apreciarla, y está en emule con un poquito de paciencia...
ja, ja, ja...
gracias abuelito, ud siempre ha compartido sus manjares con los pobres homeleses que comemos con los dedos.
doy fe de ello.
y eso es lo más gozoso del mundo. y el que se guarda la despensa para su propio zampe, que acabe atragantao perdío.
eso me lo dijo mi madre sagrario un buen día.
y tiene más razón que una santa.
pidras blancas:
Fantástico,abuelito.
Me pongo a bajarla ya,al igual que la de Fritz Lang que ya la tenía en marcha.
Ésta no se me escapa.
Fantástico Blog.
Maravilloso díptico que tu reseña me ha dado ganas de revisar. Recuerdo a las dos como unas películas realmente mágicas, pero de eso hace ya un porrón de años...
Un saludo!
Desconocía este precedente de las pelis de Lang. Madre mía, que pintaza tiene. Me monto en mi mulita para buscarla y visionarla cuanto antes. Mil gracias por el insigne hallazgo, abuelito.
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