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2008-07-07

Mi madre se llama Sagrario

MI MADRE SE LLAMA SAGRARIO.
Documental. Director: Manuel Valencia. Con Sagrario Valencia, Manuel Valencia. Montaje: Luis Sánchez Toledo. España, 2008

Se ve que es hoy día de transgresiones, porque toca hablar de un cortometraje, cosa rara, y de ahora mismo, más raro aún en este Desván con regusto a polilla y naftalina. Pero la cosa vale la pena, y tengo la excusa de que está dirigido por don Manuel Valencia, figura señera del fantástico nacional, monarca del fanzine más viejo de España, el 2000Maníacos, y realizador de la película del asesino chiflado Manolín, que asomó hace algún tiempo por aquí.

Verán, es una cosa muy rara. El filme dura nada más catorce minutos, y básicamente sale una señora, Sagrario, madre del director, haciendo sus cosas cotidianas -ir al gimnasio de la tercera edad, arreglar la casa, cocinar unas magnas gachas con tocino...- y hablando mientras tanto. Así parece muy normal todo, verdad? Y sin embargo, en cuanto te metes dentro -que es en seguida gracias a un comienzo hilarante- en vez de ver la cocina de doña Sagrario, su dormitorio o la sala de estar, uno se pone a percibir otras cosas, tan claras como si fueran esas las que realmente estuviesen saliendo en pantalla.

Ve la vida en el campo en los años cincuenta, en un pueblo perdido de Cuenca; ve su ritmo, sus tareas pesadas y magras en recompensas; el apego a la tierra; la gana de vivir; una muerte cochina como todas; la emigración a la ciudad. Una vida que pasa día a día casi, el barrio periférico, la fábrica, los apuros apegados como una segunda piel, los nacimientos que se suceden. Vida ignorada, mundos desaparecidos hasta ayer cotidianos que desfilan como por encanto ante nuestros ojos. Y encima, lo mejor de todo, se creen porque son y respiran sentimiento y verdad.

Y así es porque se huye del tono lacrimógeno, que entonces sería mentira y manipulación. Como en la realidad, el drama, que lo hay y mucho si uno quiere verlo, viene alternado con la risa, con lo cómico y hasta con lo bufo. Más allá de la resignación, que sería asunto cristiano y ajeno, está la decisión de tirar para delante por encima de todo, que total todo esto no son más que dos días y no vale la pena tomarlo demasiado en serio. Lección sensata y sabia que transmite tanto la protagonista como sobre todo el realizador, con un modo de narrar inteligente y preciso, mágico, diría sin miedo a pecar de atrevido ¿O no es acaso pura magia cinematográfica que nos enseñen unas imágenes y en su lugar podamos ver, por una vez, aquellas otras que siempre quedan ocultas detrás de los fotogramas?