
Director: George King. Con Tod Slaughter, Stella Rho, John Singer, Eve Lister, Bruce Seton. Gran Bretaña, 1936.
Me han dicho los modernos que Timoteo Burton, el extravagante oficial de Hollywood,
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La leyenda del barbero asesino y el pastelero de carne humana es más vieja que la picor, como ya les expliqué hace tiempo aquí.
Existen al menos dos producciones rodadas en los años del cine silente; en todo caso esta de don Tod Slaughter es la versión más canónica de cuantas se han difundido.
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Y eso que es británica, y como saben ustedes, los censores ingleses son por entonces los más severos del mundo en proscribir todo cuanto signifique horror.
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Cuenta para ello con la inestimable ayuda de Tod Slaughter, actor teatral aficionado a los espectáculos granguiñolescos, verdadero divo en su género. Don Tod llegó a adquirir fama enorme en estos papeles de malvado,
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Sweeney Todd le valió el estrellato, como no podía ser menos. Gran parte del peso del filme recae en su interpretación. Compone Tod un maníaco elegante y atildado, de los que dan mucha grima; llamicoso en su trato, muy proclive a la risa descompuesta, a la gesticulación y al exceso.
Da gloria pura verle afilar con veneración y esmero su querida navaja, con esa alegría suya que no presagia nada bueno.
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El enarcar una ceja, la forma en que agarra el instrumento de degollar, sus modales serviles, esa sonrisa esbozada a medias, todo delata en él al tipo de persona de la que mejor mantenerse alejado.
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