LAS AVENTURAS DE MANOLO PRIETO
Que don
Manolo Prieto es uno de los más grandes ilustradores que esta Piel de Toro nuestra ha dado, es hecho que a tales alturas pocos se atreverán a negar. Su obra máxima, ya se lo dije una vez
AQUÍ, son las cubiertas de la colección
Novelas y Cuentos, que en más de una ocasión han asomado por el Desván. Una serie catedralicia, que hizo más por difundir la lectura y la cultura durante sus muchísimos años de publicación que cuarenta campañas ministeriales juntas.
Hoy traigo una selección de novelas de aventuras, género primordial, noble donde los haya.
La caza de la fiera, el dominio de la naturaleza, el viaje, lo exótico, el individualismo, el peligro, la heroicidad, conceptos medulares del género. Como bien sabe Ferdinand Ossendowski, aquel fugitivo de la soviética revolución que cruzase en solitario las tierras desoladas de Siberia en su afamado Bestias, hombres, dioses. O los franceses Assollant y Julio Verne, piedras angulares de la aventura decimonónica, madre de cuantas le han seguido...
La China republicana de los Señores de la Guerra, evocada por
John P. Marquand, un escritor que lo mismo te gana un premio Pulitzer que se inventa al investigador oriental
Mr. Moto, es la protagonista de ese
Jarrón amarillo que tan bien retrata
Prieto. Como lo es el Oeste americano en el caso de la ilustre
Isabel Madox Roberts.
Pero si hay un escenario que es en sí pura aventura es el de la selva virgen, epítome de la naturaleza como peligro a dominar, sea en las folletinescas páginas del conde
Jean de la Hire, sea en las memorias reales y realistas del británico
Julian Duguid, atravesando en mula con precisa y brillante prosa las tierras salvajes del Chaco.
Don André Armandy es uno de esos escritores que tras haber conocido triunfo y fama en vida son olvidados después de su muerte, suerte envidiable, desde luego, frente al dudoso encanto de la gloria póstuma. Sus novelas, modernas, muy siglo XX, suelen merecer la pena, traten del trazado de un ferrocarril por los colonos franceses en Senegal; del invento diabólico de un sabio habitante de un islote y aspirante a dueño del mundo, o del apocalipsis sobrevenido a una civilización de la que desaparece progresivamente toda fuente de energía. Un nombre a rescatar, sin duda.
Sir Enrique Rider Haggard no ha sido olvidado como Armandy, que para eso está el cine y las mediocres versiones de la aventura capital de Allan Quatermain. Todas harto más melifluas y pacatas que la contundente imagen elegida por Prieto para evocar el mismo asunto, juzguen ustedes...
El periodista extremeño
Luis de Oteyza, capaz de cruzar las líneas enemigas en plena
Guerra de África para volver con una entrevista exclusiva al líder insurgente
Abd el Krim, facturó además de libros de reportajes muy brillantes novelas, antes de que el triunfo del Tío Paco y sus reaccionarias huestes lo condenaran sin remedio al exilio.
El tesoro de Cuahutemoc tiene humor, desvergüenza, acción y hasta estilo literario, y juega encima con manidos y amados tópicos a los que saca máximo jugo. A ver quién se acuerda algún día de reeditar sus políticamente incorrectas creaciones...
Las de Pablo Feval, esencia pura de folletín, lo han sido de vez en cuando por estos pagos; lo mismo que alguno de los títulos más conocidos de don Víctor Hugo, hoy en retirada. Un hombre troglodítico bebiendo sangre en el hueco de una calavera: no me negarán que el motivo es absolutamente irresistible...